Francia, Gran Bretaña y EE UU se están plagiando a sí mismos los argumentos empleados para las desastrosas intervenciones en la Guerra de los Balcanes y en Irak.
La lluvia de misiles Tomahawk lanzada desde navíos y submarinos estadounidenses en el Mediterráneo, y el bombardeo ejecutado este fin de semana por aviones de combate franceses y británicos sobre Libia forman parte de un guión que ya conocemos. Francia, Gran Bretaña y EE UU se están plagiando a sí mismos los argumentos empleados para las desastrosas intervenciones en la Guerra de los Balcanes y en Irak. En ambos casos, terminaron masacrando ellos mismos a la población civil a la que decían defender, antes que permitir que las masacrara el enemigo.
Esto ya está pasando en Libia: horas después de que se iniciaran los ataques, fuentes de ese país africano informaron que fueron bombardeados dos hospitales y una clínica sanitaria. Se trata del Hospital Al-Tajura y el Hospital Saladin, en Ain Zara. La clínica bombardeada estaba también situada en las proximidades de Trípoli, la capital libia. Esas son instalaciones civiles que estaban lejos de la zona de los combates.
En menos de 24 horas de ataques aéreos, EE UU y sus aliados están creando ahora un verdadero desastre humanitario, provocando un éxodo masivo de civiles en que el mayor número de víctimas serán las mujeres y los niños.
Bajo el disfraz de una “operación humanitaria”, Francia, Gran Bretaña y EE UU se han embarcado en una operación de cambio de régimen para derrocar a un tirano que hasta hace pocas semanas era su gran aliado. El actual villano Muammar Khadafi fue amado, odiado, amado y ahora nuevamente odiado como antes lo fueron Saddam Hussein, Hosni Mubarak y los talibanes afganos.
Los pueblos árabes de África del norte demandan libertad, democracia, no más opresión. Sí, eso es lo que tienen en común. Pero otra cosa que esas naciones tienen en común es que fueron las potencias occidentales quienes cebaron y adiestraron a sus dictaduras década tras década. Los franceses apadrinaron a Ben Ali, los estadounidenses mimaron a Hosni Mubarak y los italianos cortejaron a Khadafi.
El más urgido en acabar con la vida de Khadafi es el presidente francés Nicolas Sarkozy, porque teme que el líder libio haga públicos los montos, las cuentas y los bancos a través de los cuales realizó aportes a su campaña electoral.
El periodista británico Robert Fisk ha señalado en The Independent que el petróleo es el verdadero motivo de esta aventura militar del trío compuesto por EE UU, Francia y Gran Bretaña: “Si esta revolución fuese suprimida con violencia en, digamos, Mauritania, no creo que exigiéramos zonas de exclusión aérea. Ni en Costa de Marfil, pensándolo bien. Ni en ningún otro lugar de África que no tuviera depósitos de petróleo, gas o minerales.”
Las potencias hablan de paz mientras arman a los rebeldes de la oposición que tienen su base en Bengazhi, triangulando armas a través de la junta militar egipcia, lo que representa una flagrante violación de la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, aprobada el pasado jueves, que afirma que no se enviarán armas a Libia. “Egipto está armando a los rebeldes libios”, reveló horas después de aquella resolución el diario conservador Wall Street Journal.
La “zona de exclusión” creada en Libia –como antes en Irak– no es para proteger a la población civil sino a los rebeldes libios que estaban a punto de ser aplastados por las tropas leales a Khadafi.
Las potencias occidentales son conscientes que, aun sin el apoyo de la aviación, las tropas libias leales a Khadafi van a terminar reconquistando todo el país.
Tanto en Libia, como en su momento lo fue en Irak, el factor determinante para la intervención occidental es el control de las reservas de petróleo. Si se tratara de acabar con las dictaduras, EE UU, Francia y Gran Bretaña deberían invadir Arabia Saudita y todas las monarquías del Golfo Pérsico. Si se trata de evitar el uso de armas por parte de los gobiernos contra manifestantes pacíficos, la coalición debería estar bombardeando a las tropas de Bahrein.
Si se trata de proteger a la población civil, la OTAN debería dejar de bombardear a civiles de Afganistán y Pakistán. Porque lo más perverso de los motivos invocados para la intervención es la protección de la población civil. Las mujeres, los ancianos y los niños han muerto por miles en cada lugar en que las fuerzas de EE UU, Gran Bretaña y Francia han intervenido.
Oponerse a la intervención armada en Libia no es apoyar al sátrapa de Khadafi. La Historia reciente demuestra que los dictadores caen por el peso de las revueltas internas que enfrentan y no por intervenciones extranjeras: el serbio Slobodan Milosevic soportó en 1999 todas las bombas de la OTAN y tuvo que dejar el poder recién en 2000. En enero, le tocó el turno al tunecino Ben Ali, quien tuvo que dejar su país presionado por las revueltas populares, algo que tomó a la comunidad internacional por sorpresa. En el caso de Khadafi, que ya sobrevivió a los ataques estadounidenses de 1986, en los que murió su hija adoptiva, eligió la huida hacia adelante y el operativo Odisea del Amanecer puede demorar su caída.
¿Qué ocurrirá si los bombardeos aéreos no consiguen frenar a Khadafi? En teoría, la resolución del Consejo de Seguridad prohíbe las operaciones terrestres, por lo cual la única salida será tercerizar la guerra con mercenarios de las mismas empresas que actúan en Irak y Afganistán.
La guerra es una actividad demasiado peligrosa para dejarla en manos de los militares y siempre se corre el riesgo de que las cosas salgan mal: las bombas que caen sobre civiles, los aviones de la coalición que pueden ser derribados o estrellarse en territorio de Khadafi, la lucha interna entre las distintas fracciones que conforman los rebeldes, y por fin la comprobación por parte de muchos opositores de que la ayuda de Occidente tiene propósitos neocolonialistas, pueden traer consecuencias imprevistas. Después de todo, los mismos rebeldes que la mañana del jueves expresaban su furia ante la indiferencia de París, ondeaban banderas francesas la noche de ese día en Bengazhi.
Esto ya está pasando en Libia: horas después de que se iniciaran los ataques, fuentes de ese país africano informaron que fueron bombardeados dos hospitales y una clínica sanitaria. Se trata del Hospital Al-Tajura y el Hospital Saladin, en Ain Zara. La clínica bombardeada estaba también situada en las proximidades de Trípoli, la capital libia. Esas son instalaciones civiles que estaban lejos de la zona de los combates.
En menos de 24 horas de ataques aéreos, EE UU y sus aliados están creando ahora un verdadero desastre humanitario, provocando un éxodo masivo de civiles en que el mayor número de víctimas serán las mujeres y los niños.
Bajo el disfraz de una “operación humanitaria”, Francia, Gran Bretaña y EE UU se han embarcado en una operación de cambio de régimen para derrocar a un tirano que hasta hace pocas semanas era su gran aliado. El actual villano Muammar Khadafi fue amado, odiado, amado y ahora nuevamente odiado como antes lo fueron Saddam Hussein, Hosni Mubarak y los talibanes afganos.
Los pueblos árabes de África del norte demandan libertad, democracia, no más opresión. Sí, eso es lo que tienen en común. Pero otra cosa que esas naciones tienen en común es que fueron las potencias occidentales quienes cebaron y adiestraron a sus dictaduras década tras década. Los franceses apadrinaron a Ben Ali, los estadounidenses mimaron a Hosni Mubarak y los italianos cortejaron a Khadafi.
El más urgido en acabar con la vida de Khadafi es el presidente francés Nicolas Sarkozy, porque teme que el líder libio haga públicos los montos, las cuentas y los bancos a través de los cuales realizó aportes a su campaña electoral.
El periodista británico Robert Fisk ha señalado en The Independent que el petróleo es el verdadero motivo de esta aventura militar del trío compuesto por EE UU, Francia y Gran Bretaña: “Si esta revolución fuese suprimida con violencia en, digamos, Mauritania, no creo que exigiéramos zonas de exclusión aérea. Ni en Costa de Marfil, pensándolo bien. Ni en ningún otro lugar de África que no tuviera depósitos de petróleo, gas o minerales.”
Las potencias hablan de paz mientras arman a los rebeldes de la oposición que tienen su base en Bengazhi, triangulando armas a través de la junta militar egipcia, lo que representa una flagrante violación de la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, aprobada el pasado jueves, que afirma que no se enviarán armas a Libia. “Egipto está armando a los rebeldes libios”, reveló horas después de aquella resolución el diario conservador Wall Street Journal.
La “zona de exclusión” creada en Libia –como antes en Irak– no es para proteger a la población civil sino a los rebeldes libios que estaban a punto de ser aplastados por las tropas leales a Khadafi.
Las potencias occidentales son conscientes que, aun sin el apoyo de la aviación, las tropas libias leales a Khadafi van a terminar reconquistando todo el país.
Tanto en Libia, como en su momento lo fue en Irak, el factor determinante para la intervención occidental es el control de las reservas de petróleo. Si se tratara de acabar con las dictaduras, EE UU, Francia y Gran Bretaña deberían invadir Arabia Saudita y todas las monarquías del Golfo Pérsico. Si se trata de evitar el uso de armas por parte de los gobiernos contra manifestantes pacíficos, la coalición debería estar bombardeando a las tropas de Bahrein.
Si se trata de proteger a la población civil, la OTAN debería dejar de bombardear a civiles de Afganistán y Pakistán. Porque lo más perverso de los motivos invocados para la intervención es la protección de la población civil. Las mujeres, los ancianos y los niños han muerto por miles en cada lugar en que las fuerzas de EE UU, Gran Bretaña y Francia han intervenido.
Oponerse a la intervención armada en Libia no es apoyar al sátrapa de Khadafi. La Historia reciente demuestra que los dictadores caen por el peso de las revueltas internas que enfrentan y no por intervenciones extranjeras: el serbio Slobodan Milosevic soportó en 1999 todas las bombas de la OTAN y tuvo que dejar el poder recién en 2000. En enero, le tocó el turno al tunecino Ben Ali, quien tuvo que dejar su país presionado por las revueltas populares, algo que tomó a la comunidad internacional por sorpresa. En el caso de Khadafi, que ya sobrevivió a los ataques estadounidenses de 1986, en los que murió su hija adoptiva, eligió la huida hacia adelante y el operativo Odisea del Amanecer puede demorar su caída.
¿Qué ocurrirá si los bombardeos aéreos no consiguen frenar a Khadafi? En teoría, la resolución del Consejo de Seguridad prohíbe las operaciones terrestres, por lo cual la única salida será tercerizar la guerra con mercenarios de las mismas empresas que actúan en Irak y Afganistán.
La guerra es una actividad demasiado peligrosa para dejarla en manos de los militares y siempre se corre el riesgo de que las cosas salgan mal: las bombas que caen sobre civiles, los aviones de la coalición que pueden ser derribados o estrellarse en territorio de Khadafi, la lucha interna entre las distintas fracciones que conforman los rebeldes, y por fin la comprobación por parte de muchos opositores de que la ayuda de Occidente tiene propósitos neocolonialistas, pueden traer consecuencias imprevistas. Después de todo, los mismos rebeldes que la mañana del jueves expresaban su furia ante la indiferencia de París, ondeaban banderas francesas la noche de ese día en Bengazhi.
Fuente: Tiempo Argentino
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